La palabra clave que falta: Opresión
El de opresión es un término antiguo. No forma parte del léxico habitualmente utilizado para describir la realidad de nuestras sociedades actuales. Me refiero por supuesto a las sociedades que hemos caracterizado de “desarrolladas” y que, en general, pertenecen a los llamados países del “primer mundo”, del “centro” o del “norte”. Al lado de otros términos más acordes con los tiempos como podrían ser de crisis, identidad, exclusión, cultura, red, desigualdad y globalización, aquel concepto se ve anticuado.
Las situaciones de opresión, sin embargo, siguen reinando en buena parte de las sociedades denominadas del “tercer mundo”, “de la periferia” o “del sur”. En aquellos lugares donde la dictadura de unos pocos a través de las armas, del poder o de la riqueza se impone sobre la escasez, la necesidad o la pobreza de muchos, la opresión continúa mostrando sus múltiples rostros.
En el marco de las sociedades desarrolladas, la opresión como concepto es fruto de una época en la que los totalitarismos de todo tipo nos hacían vivir y sentir oprimidos, desvalidos, vulnerables y pequeños. Era un tiempo en que las cosas estaban claras, sabíamos quiénes éramos y contra qué y contra quienes luchábamos. Y en aquel contexto las respuestas frente a la opresión eran la denuncia, el compromiso, la unión y la lucha. Nos sentíamos parte de algo, y aunque fuera desde la escasez, la clandestinidad o la pobreza, sentíamos que la justicia y la razón estaban de nuestro lado. Era un nosotros que proporcionaba la calidez del contacto, la consistencia y la fuerza de una identidad colectivamente compartida y la seguridad de formar parte de la historia.
En las últimas décadas, sin embargo, las cosas han cambiado de forma sustancial en muchas de las sociedades actuales, donde o bien estamos – integrados- o no estamos – excluidos. Lo que de verdad importa son las cosas que se poseen y los múltiples accesos que nos pueden proporcionar. Lo esencia es estar integrado ya que los excluidos no existen. Los excluidos son los estructuralmente superfluos.
La opresión siempre ha tenido sujeto; señala a aquel o aquellos que ejercen la opresión. Toda opresión es una forma de relación. En cambio en nuestras sociedades actuales la opresión está tan distribuida y tan normalizada que podemos caer en la trampa de pensar que es lo natural y que en realidad no hay sujetos “opresores”.
La ausencia de “opresores” ha hecho que la disidencia, la rebelión, la revolución y la lucha contra la opresión hayan dejado de tener sentido, al menos, tal como se ha entendido tan solo unas décadas atrás. Sin embargo, la acción no deja de ser un paso obligado en cualquier práctica de libertad. Nada justifica la resignación, la aceptación acrítica. Frente a ello, la utopía es el arma principal para impedir cualquier cierre de debate.
Ni Freire ni Boal hubieran aceptado o se hubieran resignado a una tal situación. Su incansable trabajo ha dejado un arsenal ideológico, teórico, práctico y metodológico para la disidencia y la construcción personal y colectiva, poniendo a la educación y al teatro en el centro de la ecuación que se puede mediar entre la opresión y la libertad.
Quizás en nuestros días Freire y Boal hubieran hecho, respectivamente, una Pedagogía y un Teatro de la exclusión, de los excluidos. Los excluidos hoy muestran hoy un rostro aún más descarnado que el que mostraban los oprimidos de ayer, ya que éstas ni siquiera tienen el consuelo del nosotros.
En las últimas décadas han cambiado los conceptos y los términos con los que definimos y caracterizamos las situaciones actuales, sin embargo, siguen existiendo personas y grupos – sean oprimidas o excluidas – que continúan sin tener ni la voz ni los medios para participar en la vida social y cultural. Es a ellos a quienes miran y a quienes hablan Freire y Boal: ambos reivindican la importancia de esas voces y la necesidad de amplificarlas y escucharlas. Las consideran voces autorizadas para conocer, para saber y para hablar sobre cómo se viven sus vidas en sus propios contextos.
Ese es el punto en el que Freire y Boal se encuentran y esa es también la clave de su actualidad, así como la razón por la que su visión del mundo y las herramientas conceptuales y metodológicas que nos han legado para transformarlo, las cuales resultan hoy tan necesarias.
Si algo hemos aprendido de Freire y Boal es que actuando sobre nosotros y sobre nuestro tiempo podemos cambiar y mejorar nuestras condiciones de vida. Si algo hemos aprendido de ellos es que no hay nada escrito, que todo está por escribir y que para hacerlo debemos de partir de donde estamos y de quienes somos para luchar por llegar a donde queremos estar y a quienes queremos ser. Si algo seguimos aprendiendo de ellos es que todas las voces cuentan y que la educación y el teatro son unos medios apropiados para llegar a todas ellas, para incluirlas y para acompañarlas en el proceso de contar, de ser alguien y participar, en la vida sociocultural.
“Si queremos vivir en sociedades civilizadas debemos hacer todo cuanto esté en nuestras manos para devolver a los excluidos – oprimidos – al mundo de oportunidades de la vida social” (Dahrendorf).
Fragmentos del Prólogo escrito por Xavier Úcar
“De Freire a Boal” de Tania Baraúna
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